viernes, 30 de junio de 2017

EL JUEGO DE PERDER-GANAR

Escrito por hna  Dolores Aleixandre rscj

“Quien se aferre a su vida, la perderá, 
quien la pierda por mí, la encontrará” (Mt 10,39).

Estamos ante dos posturas vitales: la de quien busca ante todo poner a salvo su vida: ganarla, encontrarla, asegurarla, conservarla; ponerse al abrigo de un peligro, preservarse, escapar, guardar la casa o la fortuna, mantener los propios bienes en buena situación, reservar... Perderla, por el contrario, supone malograrla, frustrarla, despilfarrar, malgastarla, extraviarla, desperdiciarla, gastarla, derrocharla…

Este dicho de Jesús, presente en los tres sinópticos (Mt 16,13-28; Lc 9,22-27), aparece también en el evangelio de Juan después de la sentencia sobre el grano de trigo que, si muere, da mucho fruto: “El que ama su propia vida, la pierde; en cambio, quien odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12,25). El Apocalipsis nos ofrece una clave para comprender en qué consiste ese amar/odiar cuando, hablando de los justos que derrotaron con la sangre del Cordero al que los acusaba día y noche, dice de ellos que “no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (“odiaron su vida hasta la muerte” Ap 12,11).

Qué extraña sabiduría, qué vuelco radical se nos exige para conformar con los criterios del Evangelio nuestra idea de lo que es salvar la vida o perderla. Nuestro deseo más perentorio es el de vivir, retener y poner a salvo el tesoro de la propia vida pero estamos, a la vez, llamados a escuchar la propuesta de Jesús: “Al que se venga conmigo, voy a llevarle a la ganancia por el extraño camino de la pérdida: ese es el camino mío y no conozco otro. La única condición que pongo al que quiera seguirme, es que esté dispuesto a fiarse de mí y de mi propia manera de salvar su vida, que sea capaz de confiármela, como yo la confío a Aquél de quien la recibo. La suya será siempre una vida sin garantía y sin pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza: por eso no puedo dar más motivos que el de “por mi causa”.

Todo el Evangelio es una escuela de lenguaje en la que aprendemos a manejar "según Dios" los verbos perder/ ganar y también los adverbios que resumen mucho las paradojas que propone Jesús: los que creen estar lejos (publicanos, pecadores, gente ignorante...,) son los que para Jesús están cerca; los que a los ojos de todos estaban fuera (de la ley, de la Alianza, del Reino...), para él están dentro; los que parecían ser menos (los pobres, los niños, los débiles...), para él son los más , los mayores, los importantes; los que se creían arriba (fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes...), resultan estar mucho más abajo que los que ocupaban los últimos lugares de la escala social y religiosa.

Necesitamos una inmersión lingüística en ese lenguaje que encierra toda la novedad del Reino, que nos enseña a mirar y a calificar la realidad de una manera alternativa. Nos urge des-aprender nuestro viejo lenguaje "mundano" y ser recibidas en la novedad del lenguaje evangélico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario