sábado, 30 de julio de 2016

La avidez sólo se sacia contemplando el Rostro de Dios...

Escrito por el P. Diego Fares, sj -De su Blog: Contemplaciones del Evangelio-

"Cuídense de la avidez en cualquiera de sus formas… Esa es la Palabra del Señor para esta semana.

La avidez de novedades, decía un filósofo, es el mal de nuestro tiempo. En la época de Epulón, construir graneros para guardar grano era todo un proyecto. Hoy la avidez se alimenta virtualmente y es más fácil “sentir que uno acumula y tiene”.

Pero el asunto son los ojos. Porque la avaricia no es gula, la avaricia es un hambre de los ojos: la avidez de los ojos, la llama Juan, y la distingue de la avidez de la carne (1 Jn, 2, 16).

La avidez de la carne tiene su límite en la carne misma. La avidez de los ojos es espiritual y por eso es ilimitada. En este sentido es “de cuidado”. El ojo no se cansa de ver y de investigar. Por eso esta avidez de los ojos, si se transforma en avaricia y en atesorar para sí y para los ojos de los demás, va contra la contemplación.

La contemplación es una avidez virtuosa, no cansarse de contemplar el rostro de Cristo, los detalles de su evangelio, los ojos de la gente buena, la cara de los pobres, los ojos de los niños que interrogan y se abren, con avidez mansa, a la belleza de la creación, o que preguntan silenciosamente “qué es esto que me está pasando. No me ves que sufro…”.

El Papa preguntaba ayer a los jóvenes –hacía esta pregunta que todos nos hacemos-: “¿Dónde está Dios?
  • ¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio?
  • ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras?
  • ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto?
  • ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías?
  • ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida?”

Y agregaba, en un discurso cuyo tono era de grave serenidad:

“Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él.

Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos»”.

Dios está en ellos.
La avidez sólo se sacia contemplando el rostro de Dios. Y ese rostro sólo se vuelve visible en el rostro de los que sufren y en el rostro de los inocentes, de los niños, de los santos, de la gente buena.

Sólo se hace visible Jesús en el rostro de los otros cuando nos ponemos en camino y vamos a servirlos. No hay contemplación posible fuera de esta acción. No hay televisor ni internet que te haga ver de verdad el rostro de los pobres. Sin embargo, algo se puede ver, si uno mira con entrañas de compasión.  

La campaña de Médicos sin fronteras decía así: “Yo no veo un refugiado. Veo una niña que sufre. Y vos, qué ves?

Como San Ignacio, dejémonos seducir y transformar por el seguimiento de Jesús Pobre y Humilde...


Escrito por Javier Melloni Ribas -sj-

El conocimiento de Jesús despertó en Ignacio un amor irresistible que le condujo a la imitación y al seguimiento, para llevarle al final al servicio. Su aprendizaje le hizo descubrir que este servicio tenía un irrenunciable desde dónde:

- Aquel Lugar ocupado por Jesús que está continuamente desplazándose hacia lo más bajo para que ningún hombre, para que ninguna situación humana, quede fuera del Movimiento de Retorno de todo hacia Dios.

- Cuando Jesús dice: “Atraeré todo hacia Mí’” (Jn 12,32) se está refiriendo a su muerte en Cruz: el mundo puede ser rescatado porque El ha venido a impulsarlo desde el Lugar mas bajo.

Aquí tenemos realmente el secreto del peregrino: su búsqueda incansable del Ultimo Lugar estaba impulsada por el deseo de encontrar a Aquél que lo ocupaba: Cristo Jesús, Alfa y Omega de todos los hombres, Primero y Ultimo en todas las situaciones humanas posibles.

En Jesús se da el máximo desplazamiento de todo Centro posible: la Encarnación del Hijo lleva este movimiento hasta el extremo del Abajamiento, que no sólo es la Encarnación, sino la vida concreta de Jesús, que le abocó a la muerte y una muerte de Cruz, en los arrabales -periferias- de la ciudad.

La vida cristiana no consiste en otra cosa para Ignacio que en incorporarse a este modo de proceder de Jesús, y la vida espiritual no tiene para él otro fin que engrandecer al máximo esta participación.

“Es bueno advertir en cuánto nos  ayuda y aprovecha en la vida espiritual... admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo ha amado y abrazado... (Constituciones, 101).

Es decir, la vida espiritual ignaciana consiste en el desplazamiento interior del hombre para que su impulso de dominación se transforme en Amor, que es el modo de hacer de Dios desde Abajo.

San Ignacio conocía la condición humana, y sabía las diferentes resistencias que tenemos los seres humanos para dejarnos descender y cambiar nuestro impulso natural, que es el de ascender hacia la cúspide del poder (cualquiera que sea su ámbito: familiar, comunitario, escolar, eclesial, político, sindical, económico...). 

Y para ello aplicó la misma pedagogía que Dios había practicado con él: la de dejarse seducir y transformar.

El nombre de Jesús ya rendía a Ignacio: era su pasión por El lo que le liberaba de sus miedos, lo que le dejaba a la intemperie pero tan lleno de “fuerza”, de ’’firmeza”, de “intensidad” de Amor que le hacía explotar en lagrimas y sollozos.

Tal es la fuente y el impulso de los que quieren seguir su camino y el origen de un actuar transformado.

viernes, 22 de julio de 2016

SOLO LE PIDO A DIOS...

Escrito por  María Dolores López Guzmán
Lc 11,1-13

Pedir o no pedir… Seguro que todo creyente se ha planteado esa disyuntiva en algún momento. Por un lado, ¿para qué pedir a Dios si Él sabe con certeza lo que precisamos? San Pablo ya nos advirtió que nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene (Rm 8,26) ¿No es mejor dejarle actuar sin más? Pero, por otro lado, nos asalta la duda. ¿Cómo no pedir a quien es Todopoderoso? ¿No es todo posible para Dios (Mc 10,27)? ¿A quién acudir en caso de necesidad sino a Él? Y sobre todo, ¿qué pedir?

Jesús nos ofrece varias claves para aprender a hacer peticiones. Porque igual que desde niños nos enseñan a dar las gracias, debemos estar igualmente dispuestos a que nos instruyan en el arte de “la demanda”. ¿Y quién mejor que el Maestro?

En esta primera parte del capítulo 11 de Lucas que leemos el domingo 24 de julio, el Señor nos da algunas pistas:

- Jesús vincula la petición a un contexto de oración y amistad. Por tanto, a un lugar de diálogo y encuentro con el Padre. Cuando hay confianza es más fácil pedir, porque si las dos partes se entienden y se conocen, todo fluye con naturalidad. Con el ejemplo del amigo importuno lo deja claro. A un desconocido difícilmente se le abre la puerta a medianoche.

- La petición es insistente. Un modo de mostrar el valor de lo que se pide. Por cosas pequeñas no merece la pena molestar a los demás, pero cuando nos va la vida en ello se hace lo que sea: gritar, golpear la puerta, suplicar, volver una y otra vez… La obstinación da la medida de nuestra convicción sobre la importancia de lo que queremos.

- El Señor, para no perdernos, nos ofrece una oración plagada de peticiones. Nos deja claro, desde la perspectiva de Dios, lo que es realmente vital para el hombre: la llegada del Reino, donde los cojos andan y los ciegos recobran la vista; el alimento de cada día; el perdón de nuestro pecado que causa heridas irreparables; que todos estemos unidos en el Padre, el Único que ordena todas las cosas; que nos fortalezca para no caer en las tentaciones que nos conducen a alejarnos de Él y de los demás. Y que entendamos que cada petición conlleva implícitamente un compromiso: ¿Cómo pedir el perdón si luego no perdonamos? ¿Cómo reclamar alimento, sanación, fortaleza… solo para mí, si todos somos sus hijos y el bien de cada uno repercute en el de todos? Por eso, como decía el cantautor argentino León Gieco en su canción: “solo le pido a Dios…, que el dolor no me sea indiferente; que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”. 

Ahora bien, si alguna vez queremos pedir una sola cosa o resumir en una todas las demás, lo mejor es decir: “solo le pido a Dios que se haga su voluntad”, pues nunca encontraremos ninguna mejor que la suya.

María Dolores López Guzmán

jueves, 14 de julio de 2016

CONSTRUYENDO HOSPITALIDAD...Marta lo recibió en su casa...

Texto de Miguel González Martín 
-Cuadernos CJ , el N° 196:  “De la Hostilidad a la Hospitalidad”.

La hospitalidad captura nuestra imaginación

Algo tiene la hospitalidad, que captura nuestro ánimo. Se trata, sin duda, de un concepto cargado de connotaciones y significados; nos evoca y nos convoca; resuena en nuestro corazón y nos encamina a la acción. Quizá en esto radique su poderosa cara  atractiva: la aparente sencillez del gesto de acogida que encarna, desata dinamismos personales, relacionales y políticos de largo recorrido.

La hospitalidad  es abrir las puertas de nuestra casa.                                                                     
Tiene que ver con abrirse al extraño y hacerlo parte de nuestro mundo. Especialmente, cuando ese extraño es, además, vulnerable. Hospitalidad es hacer más amplio el “nosotros” que pronunciamos. Es la acogida de aquel diferente de mí. Pero no se trata de una acogida cualquiera: es una “buena acogida”. Seguro que tenemos la experiencia de saber y, sobre todo, sentir, si somos o no bienvenidos a un espacio. En la “buena acogida”, quien llega no es meramente tolerado, sino celebrado. No es solamente atendido, sino cuidado y agasajado. No encuentra solo alimento y cama, sino empatía y escucha. No hay asimetría en el encuentro, sino reciprocidad. Cuando parte, no vuelve todo a la “normalidad”, sino que algo ha cambiado en la identidad de ambas partes, la anfitriona y la hospedada.  Una cuestión martillea en el fondo de la conciencia: ¿quién acogió a quién

Hay algo hondamente humano que vibra al hablar de hospitalidad.

Ésta conecta con experiencias muy profundas del ser humano, en tanto especie y como individuos. Leonardo Boff[1]afirma que “la acogida saca a la luz la estructura básica del ser humano […] existimos porque, de alguna manera hemos sido acogidos”. Hemos sido acogidos por la Tierra, por la corriente de Vida, por la naturaleza, por nuestros padres, por la sociedad. La acogida, pues, nos constituye. La hospitalidad conecta con nuestra condición de seres dependientes, necesitados de cuidado y vulnerables. Quizá, antes que otra cosa, seamos eso. El filósofo vasco Daniel Innerarity señala que “frente a los ideales de una vida asegurada contra todo riesgo […] la idea de hospitalidad nos recuerda algo peculiar de nuestra condición: nuestra existencia quebradiza y frágil, necesitada y dependiente de cosas que no están a nuestra absoluta disposición, expuesta a la fortuna. Por eso, sufrimos penalidades, necesitamos de los otros, buscamos su reconocimiento, aprobación o amistad[2]”.

La hospitalidad presenta una naturaleza expansiva e inclusiva. Se va abriendo a diferentes esferas: nace en el ámbito personal, va madurando en el terreno comunitario y social, y alcanza su plenitud cuando fecunda las políticas públicas. García Roca lo expresa con claridad y belleza: “para ser ciudadanos se debe ejercer la vecindad, y para ser vecinos, se debe ejercer la hospitalidad[3]”.

Gestos de hospitalidad
                                                                                                                      
La acogida y la hospitalidad le entran al huésped por los sentidos. Hay una acogida que tiene que ver con el lenguaje que utilizamos para con quien llega. Hay también una acogida espacial, en el lugar. Hay una acogida en el corazón[4].

En cuanto al espacio, podemos entender la invitación a descalzarse como expresión de entrar en tu propia casa, incluso en un terreno sagrado. A ello, además, se le acompaña con el gesto de lavar los pies al invitado, acción que con Jesús adquirirá una profunda resonancia teológica. La unción con aceite al invitado es otra de las costumbres de acogida, y sirve no solo para suavizar la piel de quien llega, si no también para impregnar la estancia con un olor agradable.

Por último, la acogida en el corazón tiene que ver con la capacidad de escucha y de empatía con el huésped. Éste se siente en terreno emocionalmente seguro, no sometido a prejuicios ni juicios. Y la acogida en el corazón es recíproca, aporta horizontalidad. En el espacio de acogida se genera un clima de gratuidad, un diálogo sincero. La persona acogida trae temas y aires nuevos, perspectivas diferentes desde las que mirar la vida.
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[1] Leonardo Boff, Virtudes para otro mundo posible. (I) Hospitalidad: derecho y deber de todos, Sal Terrae, 2006, p. 82.
[2] Daniel Innerarity, Ética de la hospitalidad. Península, 2001, p. 38.
[3] J. García Roca, Reinvención de la exclusión en tiempos de crisis, Madrid, Cáritas Española/ Fundación FOESSA, 2012, p. 71.
[4] José Carlos Bermejo, “Hospitalidad para el corazón”, Revista Humanizar, Marzo/abril 2011.

viernes, 8 de julio de 2016

Y quién es mi prójimo?... El prójimo eres tú


Este texto ha sido escrito por Alesandro Pronzatto, -de su libro : Tras las Huellas del Samaritano-

La pregunta hecha por el doctor de la Ley a Jesús sigue siendo fundamental: «¿Y quién es mi prójimo?». También podríamos traducir: «¿Dónde encuentro al prójimo?».

Desearía señalar dos lugares «insólitos» donde pocos sospechan que se pueda encontrar al prójimo. El primero está dentro de ti mismo. El prójimo, en primer lugar, eres tú. Quizás algunos se sorprendan y hasta se escandalicen por esta afirmación. Y objetarán que el amor, por el contrario, es olvido de sí, capacidad de desaparecer y disponibilidad a ser «para» el otro. Argumentarán que sólo renunciando al egoísmo es posible amar verdaderamente.

No obstante, no debemos confundir un conveniente y hasta obligado amor a sí mismo con el egoísmo. Son dos cosas totalmente diversas. Una cierta -mala- formación ha enseñado el desprecio e incluso el odio a uno mismo.

Se trata de una actitud radicalmente contraria al Evangelio, donde Jesús, citando el Antiguo Testamento, enseña: «Amarás al prójimo como a ti mismo» (Marcos 12,31). Aquí se sugiere, por tanto, la posibilidad y hasta el deber de amarnos a nosotros mismos. La caridad con uno mismo es perfectamente legítima según el Evangelio.

Estoy convencido de que muchas personas son incapaces de amar y aceptar a los demás porque no consiguen establecer una buena relación consigo mismas. Como no saben estar como es debido en su propia casa interior, no están preparadas para vivir «fuera».

Hay individuos que no se soportan, que albergan resentimientos contra sí mismos. 
Personas desdichadas que se acusan de continuo por una infinidad de motivos: carácter, defectos, fracasos, errores, talentos limitados, males físicos, un árbol genealógico con alguna rama seca y que cruje...

Por eso tienes que amarte a ti mismo. Tienes que perdonarte. Tener paciencia, confianza en ti mismo. 

Es bueno que ejercites la fe, la esperanza y la caridad también contigo mismo. Tienes el preciso deber de «hacerte prójimo» del pobre desgraciado que eres. Se te pide que te respetes y te ames como a «cualquier otro pobre miembro del cuerpo místico de Cristo», según la expresión de G. Bernanos.

Es absurdo que mantengas distancias con respecto a ti mismo. Tienes que acercarte, mirarte a la cara, decirte que quieres «vivir en armonía», estar de acuerdo contigo mismo, no faltarte al respeto.

En lugar de sentir aversión hacia ti mismo (lo cual representa el exceso opuesto de la autocomplacencia), es útil que lleves serenamente tu peso y aceptes tus límites.

Y cuando tenga lugar el más pequeño incidente, el primer -o enésimo- infortunio, no pienses de inmediato que la convivencia es imposible. Trata de ser fiel a ti mismo, a pesar de las traiciones y las groserías que recibes de la parte peor que hay en ti.

Convéncete. No podrás ser fiel a Dios ni a otra persona si no aprendes a ser fiel a ti mismo.

Mensaje del Papa Francisco por el Bicentenario de la Independencia

Mensaje del Papa Francisco por el Bicentenario de la Independencia

En una carta dirigida al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en la víspera de la celebración del Bicentenario de la Independencia, el Papa Francisco ha enviado sus saludos y un mensaje a los obispos, autoridades nacionales y a todo el pueblo argentino. Reproducimos a continuación el texto de la misiva:

Ciudad del Vaticano, 8 de julio de 2016.
S.E.R.
Mons. José María Arancedo
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires

Querido hermano:

En vísperas de la celebración del bicentenario de la lndependencia quiero hacer llegar un cordial saludo, a vos, a los hermanos Obispos, a las Autoridades nacionales y a todo el Pueblo argentino. Deseo que esta celebración nos haga más fuertes en el camino emprendido por nuestros mayores hace ya doscientos años. Con tales augurios expreso a todos los argentinos mi cercanía y la seguridad de mi oración.

De manera especial quiero estar cerca de los que más sufren: los enfermos, los que viven en la indigencia, los presos, los que se sienten solos, los que no tienen trabajo y pasan todo tipo de necesidad, los que son o fueron víctimas de la trata, del comercio humano y explotación de personas, los menores víctimas de abuso y tantos jóvenes que sufren el flagelo de la droga. Todos ellos llevan el duro peso de situaciones, muchas veces límite. Son los hijos más llagados de la Patria.

Sí, hijos de la Patria. En la escuela nos enseñaban a hablar de la Madre Patria, a amar a la Madre Patria. Aquí precisamente se enraiza el sentido patriótico de pertenencia: en el amor a la Madre Patria. Los argentinos usamos una expresión, atrevida y pintoresca a la vez, cuando nos referimos a personas inescrupulosas: "éste es capaz hasta de vender a la madre"; pero sabemos y sentimos hondamente en el corazón que a la Madre no se la vende, no se la puede vender... y tampoco a la Madre Patria.

Celebramos doscientos años de camino de una Patria que, en sus deseos y ansias de hermandad, se proyecta más allá de los límites del país: hacia la Patria Grande, la que soñaron San Martin y Bolívar. Esta realidad nos une en una familia de horizontes amplios y lealtad de hermanos. Por esa Patria Grande también rezamos hoy en nuestra celebración: que el Señor la cuide, la haga fuerte, más hermana y la defienda de todo tipo de colonizaciones.

Con estos doscientos años de respaldo se nos pide seguir caminando, mirar hacia adelante. Para lograrlo pienso -de manera especial- en los ancianos y en los jóvenes, y siento la necesidad de pedirles ayuda para continuar andando nuestro destino. A los ancianos, los "memoriosos" de la historia, les pido que, sobreponiéndose a esta "cultura del descarte" que mundialmente se nos impone, se animen a soñar. Necesitamos de sus sueños , fuente de inspiración. A los jóvenes les pido que no jubilen su existencia en el quietismo burocrático en el que los arrinconan tantas propuestas carentes de ilusión y heroísmo. Estoy convencido de que nuestra Patria necesita hacer viva la profecía de Joel (cf. Jl 4, 1). Sólo si nuestros abuelos se animan a soñar y nuestros jóvenes a profetizar cosas grandes, la Patria podrá ser libre. Necesitamos de abuelos soñadores que empujen y de jóvenes que -inspirados en esos mismos sueños- corran hacia adelante con la creatividad de la profecía.

Querido hermano pido a Dios, nuestro Padre y Señor, que bendiga nuestra Patria, nos bendiga a todos nosotros; y a la Virgen de Lujan que, como madre, nos cuide en nuestro camino. Y, por favor, no te olvides de rezar por mí.

Fraternalmente
                                Francisco

sábado, 2 de julio de 2016

Una Simplicidad Poderosa...

Escrito por  Dolores Aleixandre

"...Porque la condición preciosa que recibimos en el Bautismo y que sigue latente en nosotros esperando la oportunidad de desplegar todas sus potencialidades. Probemos leer el texto de este domingo, como dirigido a nosotros, sentirnos aludidos por sus palabras y escuchar sobrecogidos la llamada apremiante a ponernos en camino. Si nos parece demasiado, vamos a quedarnos solamente con algunos de sus consejos sobre la estrategia de envío que diseña Jesús:
  • Hay que ir “de dos en dos”: es decir, dispuestos a caminar con otros, a comportarse como cómplices y compañeros, a negociar metas y pactar itinerarios, convencidos de que al individualismo le ha caducado el código de barras. “Mirad cuánto se quieren” decían de los primeros cristianos; “mirad qué gente tan especial”, podrían decir hoy si nos ponemos a ello: se ayudan unos a otros, no saben de faenas, codazos ni pisotones, se sostienen y apoyan mutuamente.
  • Hay que encajar lo de “ser pocos” y encima de no lamentar el disponer de muchos medios ni de muchas certezas: la pobreza y la minoridad no son obstáculos que impiden que la eficacia del Evangelio sino todo lo contrario, tanto que son condiciones puestas por Jesús. “La simplicidad de sus vida será mucho más poderosa que sus discursos”, sería una buena traducción hoy.
  • En medio de un mundo que busca el éxito inmediato, nos toca ser hombres y mujeres con aire de tener una cita más lejos, poseedores de la extraña alegría de saber que nuestros nombres están “apuntados” en ese libro de Vida que es el corazón de Dios. 

 Escrito por Dolores Aleixandre