sábado, 30 de julio de 2016

Como San Ignacio, dejémonos seducir y transformar por el seguimiento de Jesús Pobre y Humilde...


Escrito por Javier Melloni Ribas -sj-

El conocimiento de Jesús despertó en Ignacio un amor irresistible que le condujo a la imitación y al seguimiento, para llevarle al final al servicio. Su aprendizaje le hizo descubrir que este servicio tenía un irrenunciable desde dónde:

- Aquel Lugar ocupado por Jesús que está continuamente desplazándose hacia lo más bajo para que ningún hombre, para que ninguna situación humana, quede fuera del Movimiento de Retorno de todo hacia Dios.

- Cuando Jesús dice: “Atraeré todo hacia Mí’” (Jn 12,32) se está refiriendo a su muerte en Cruz: el mundo puede ser rescatado porque El ha venido a impulsarlo desde el Lugar mas bajo.

Aquí tenemos realmente el secreto del peregrino: su búsqueda incansable del Ultimo Lugar estaba impulsada por el deseo de encontrar a Aquél que lo ocupaba: Cristo Jesús, Alfa y Omega de todos los hombres, Primero y Ultimo en todas las situaciones humanas posibles.

En Jesús se da el máximo desplazamiento de todo Centro posible: la Encarnación del Hijo lleva este movimiento hasta el extremo del Abajamiento, que no sólo es la Encarnación, sino la vida concreta de Jesús, que le abocó a la muerte y una muerte de Cruz, en los arrabales -periferias- de la ciudad.

La vida cristiana no consiste en otra cosa para Ignacio que en incorporarse a este modo de proceder de Jesús, y la vida espiritual no tiene para él otro fin que engrandecer al máximo esta participación.

“Es bueno advertir en cuánto nos  ayuda y aprovecha en la vida espiritual... admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo ha amado y abrazado... (Constituciones, 101).

Es decir, la vida espiritual ignaciana consiste en el desplazamiento interior del hombre para que su impulso de dominación se transforme en Amor, que es el modo de hacer de Dios desde Abajo.

San Ignacio conocía la condición humana, y sabía las diferentes resistencias que tenemos los seres humanos para dejarnos descender y cambiar nuestro impulso natural, que es el de ascender hacia la cúspide del poder (cualquiera que sea su ámbito: familiar, comunitario, escolar, eclesial, político, sindical, económico...). 

Y para ello aplicó la misma pedagogía que Dios había practicado con él: la de dejarse seducir y transformar.

El nombre de Jesús ya rendía a Ignacio: era su pasión por El lo que le liberaba de sus miedos, lo que le dejaba a la intemperie pero tan lleno de “fuerza”, de ’’firmeza”, de “intensidad” de Amor que le hacía explotar en lagrimas y sollozos.

Tal es la fuente y el impulso de los que quieren seguir su camino y el origen de un actuar transformado.

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