viernes, 20 de junio de 2014

Repartidos contigo


“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
 vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí"
Jn 6, 51-58
Escrito por Mariola Lopez Villanueva
                                                                                                           
Una vez tuve la oportunidad de compartir una cena muy sencilla. En una mesa en la que apenas cabían cuatro personas, nos acomodamos nueve mujeres. Un pan de pueblo, un poco de queso y unos huevos componían un menú de fiesta. Cenamos y hablamos hasta la madrugada y después rezamos antes de irnos a dormir. En muchos momentos me ha venido la imagen de aquella mesa transfigurada. Con el apuro que nos entra en ocasiones cuando va a venir gente a casa y no paramos de sacar cosas para que no falte de nada. Y, sin embargo, sentía que esa cena era el banquete más suculento que había tomado nunca. Aquella gente se nos dio a sí misma antes que a sus cosas, compartieron con sencillez lo que tenían y aquel pan comido en su casa nos pareció el pan de Jesús. No se avergonzaban por tener poco, ni pedían disculpas por no poder ofrecernos más, repartieron lo suyo con esplendidez y era como si toda la estancia quedara transformada porque el pan y la alegría, de pronto, se habían multiplicado. 

Cuando leo ahora lo que Jesús nos dice acerca de que tenemos que "comer su carne" para tener vida, que igual que él vive por el Padre, así también nosotros si "le comemos" viviremos por él, es como si hubiera una tercera parte que continuara esta corriente de vida buena: el dejar que Jesús nos tome y nos re-parta entre la gente. Desde lo que somos cada uno, infinitamente valioso y multiplicado cuando permanecemos en él, cuando nos adherimos a su vida, cuando dejamos que todo cuanto es él vaya ocupando cada vez más espacio en nosotros, y que nuestras palabras, acciones, gestos, se vayan pareciendo cada vez más a los suyos.

Perdónanos, Señor, porque vivimos saciados y paralizados ante el sufrimiento de tantos pueblos que agonizan por falta de alimentos. 

Que no nos quedemos tranquilos, sacúdenos, enséñanos a compartir lo que nos has dado, con la confianza de que ya no somos nosotros, sino tu propio Cuerpo lo que repartes cuando nos entregamos. 

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