sábado, 5 de abril de 2014

Lázaro y el Poder Sanador de la Amistad...


Escrito de la Hna. Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-
 -Jn 11, 1-12-

Vamos a mirar en el evangelio de Juan qué significa para Lázaro, para Jesús y para Marta ser capaces de vivir una amistad que los pone en estado de amor y cómo su relación hace transparente la potencia del amor de Dios en medio de ellos.

Betania es un lugar simbólico en nuestras vidas. Buscamos betanias, las agradecemos, las echamos de menos cuando nos faltan. Es un  espacio de nutrientes y de alimento en sentido amplio: de afecto, calor, distensión, cuidados, atención, presencia, ternura y contacto. Para Jesús y sus amigos fue un lugar de intimidad y de descubrimientos. Betania significa casa de los pobres, comenzar reconociendo que vamos al encuentro de nosotros mismos, de Dios y de los demás, experimentándonos necesitados.

Crecer en el amor

¿Quién no ha experimentado dolor ante el sufrimiento de un ser querido? ¿Quién no se ha sentido como Marta suplicando por su hermano enfermo?

 “Cuando Marta oyó que Jesús llegaba salió a su encuentro” (Jn 11, 20). Ella es ahora quien toma la iniciativa.  Cuando tenemos que enfrentar la enfermedad de una persona querida, o la propia, en las situaciones límites de la vida, nos damos cuenta hasta que punto queremos a los demás. Cuando Marta tiene que soportar y enfrentar la muerte de su hermano, será para ella un momento de verdad consigo misma y con Aquel que le estaba enseñado a  vivir. 

Ahora se sitúa al lado de María, las pérdidas, el dolor,  nos acercan a los otros. Ellas  ya no están en una relación de competencia ni de rivalidad (Lc 10, 38-42) y mandan juntas un mensaje a Jesús, no es una petición explícita pero sí conlleva una confianza honda en las posibilidades del amor: “Señor, tu amigo está enfermo”. No le dicen  “nuestro hermano”, porque quieren vincularlo a Jesús, “aquel al que tú amas está enfermo”.

“Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro” (Jn 11,  5), y es en esa corriente de vida donde aprendemos el poder curativo que tienen las relaciones. El sufrimiento puede despertarnos a la dimensión de profundidad de la realidad y de nosotros mismos. Pero necesitamos pasar por un proceso de transformación para que el sufrimiento y el dolor nos abran al Misterio y no nos sumerjan en la desesperación. Jesús va a ayudar a Marta a pasar este proceso. 

Volver a la casa de sus amigos, en un momento en que están tan heridos, le supone  también a Jesús dejarse herir. Algo tendrá que perder él para darle al amigo. La amistad nos hace vulnerables:“Maestro, hace poco que los judíos quisieron apedrearte. ¿Cómo es posible que quieras volver allá?” (v. 8). Y es en esta situación de vulnerabilidad donde Marta se deja ordenar, y hace su aprendizaje de verdadera discípula. ¿Qué ha ido aprendiendo Marta desde aquella vez que pedía ayuda para ella? (Lc 10)  Ahora es una mujer que ha crecido y que se atreve a expresar una petición mayor, ya no para sí misma, sino para su hermano, y le dice a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano...Aún así, yo sé que todo lo que le pidas a Dios él te lo concederá”.  

Jesús encuentra una oportunidad para manifestarse. La sumerge un poco más adentro, él mismo es la Puerta de la Vida. Cruzar esa puerta es invitación suya y decisión nuestra empujarla suavemente hacia adentro y avanzar allí donde ya no sabemos. Hasta aquí Marta sabía, ahora dejará que sea Jesús el que la adentre donde no sabe. “El que esté vivo y crea en mi jamás morirá ¿Crees esto?” (v. 26).  Como si quisiera decirle: ¿Eres capaz de contener esto? ¿Estás preparada para acogerlo? “Sí, Señor” (v. 27), le responde Marta. Ella  entra en el Sí de Dios, en su afirmación por cada ser que vive y respira y le dices a Jesús: “yo creo que tu eres...el que tenía que venir” (v. 27). La amistad nos lleva a creer en las posibilidades dormidas en el amigo, en su potencial ilimitado, en su capacidad de amar y ser amado; en toda la novedad que quiere irrumpir en él a través de nuestros ojos.  “Yo soy la resurrección y la vida”, le revela Jesús, y  ella, al mirarle, le  hace la misma confesión que Pedro: “Yo creo que tú eres el Mesías” . 

Dice Juan que “Jesús se detuvo en el lugar donde Marta se había encontrado con él” (v. 30). También él tenía necesidad de ahondar lo recibido en ese intercambio mutuo de saberes y de dones. En el diálogo, en la escucha que se han regalado, cada uno ha encontrado su  lugar, sabiéndose aceptado y reconocido por el otro, pasando por una experiencia de transformación mutua. Escribía Egide en este sentido: “El corazón de mi actividad apostólica es la amistad que se va haciendo cada vez más abierta, más afectuosa, más humana...Me doy cuenta de que debemos todavía descubrir las profundidades y espacios inmensos que contienen los contactos personales.”

Este contacto con su amigo Jesús en un momento en que ambos comparten el dolor por la pérdida de la persona querida, va a madurar a Marta. En adelante será una mujer despierta, capaz de despertar a otros y por eso puede decirle a su hermana:  “el maestro esta ahí y te llama”.

1 comentario:

  1. Gracias Hermana!! Este mundo complejo nos arrebata los contactos personales y todo lo que ellos implican!! Gracias por esta tan importante reflexión!! El Espíritu Santo te ilumine para continuar ayudándonos a crecer en el camino al Padre que nos espera!!

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