domingo, 19 de abril de 2015

La Paz con Ustedes... La Resurrección, más que una Certeza, es una Fiesta...

Escrito por Jose Luis Martín Descalzo, de su libro - Vida y Misterio de Jesús de Nazareth-

Estaban, pues, hablando de sus esperanzas cuando «algo» ocurrió. San Juan puntualiza (20, 19) que tenían las puertas cerradas por temor a los judíos. Eran, en el fondo, pueblerinos aterrados ante el posible acoso de los enemigos que, probablemente, no habían quedado saciados con la muerte de Jesús y que podían sentirse nuevamente excitados por los rumores de la resurrección de su Maestro.
Fue entonces cuando él se apareció en medio de ellos. Y su reacción fue contraria a cuanto podía preverse: Aterrados y llenos de miedo creían ver a un fantasma. ¿Pues no les había asegurado Pedro que era él, que estaba vivo? Se asustaron. No les entraba en la cabeza la idea de una resurrección. Se apretaban los unos contra los otros; hubieran querido huir.

Pero él era lo contrario a un fantasma. Se coloca en medio a ellos, como siempre, como el viejo amigo que era. Sonríe, les saluda, se mueve, habla, los envuelve a todos con el calor de su mirada, parece dispuesto a reiniciar una de tantas conversaciones como con ellos ha tenido. Y ellos no se confían ni con eso. Le miran aún con estupor.

Hubieran querido tocarle, comprobar si está realmente vivo. Pero no se atreven. El adivina sus pensamientos. Les dice:

¿Por qué se turban y por qué suben a sus corazones esos pensamientos? Vean mis manos y mis pies. Sí, soy yo. Tóquenme y vean: los espíritus no tienen carne y huesos como ven que yo tengo (Le 24, 38-43). Y les tiende las manos, sus hermosas manos, ahora dramáticas por las heridas aún abiertas. Muestra luego sus costado. Abre su túnica. Brilla su carne. Fulge su larga herida allí donde late el corazón. Es la misma carne que ellos han visto desnuda tantas veces bajo el agua y el sol. No hay misterios. No hay magias. Es él. El de siempre. Sencillo, fraterno.

Ellos le tocan, tímidos aún. Vacilan todavía. Y él sonríe: ¿Tiene algo que comer? En la casa hoy sólo un trozo de pez asado y él lo mordisquea sonriente. Se dan cuenta de que no come por hambre. Lo hace sólo para que vean que está verdaderamente vivo.

Ahora sonríen todos. Una felicidad profunda comienza a brotar en los corazones de todos. Ahora saben que —como él mismo había profetizado— ya nadie será capaz de quitarles esa alegría (Jn 16, 22).

La resurrección ya es para ellos más que una certeza, es una fiesta.

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