sábado, 30 de noviembre de 2013

1er Domingo de Adviento

ZAQUEO UN ICONO DE ADVIENTO 

Escrito por 
Dolores Aleixandre, rscj

Zaqueo es un personaje del Evangelio de Lucas que en el Ciclo C hace de puente entre el final del año litúrgico y el Adviento. Hay muchas coincidencias de vocabulario entre la escena de Zaqueo y las del nacimiento de Jesús: 

“lo recibió con alegría …”; “les anuncio una gran alegría ”; “ Hoy ha entrado la salvación …” , “Hoy os ha nacido el Salvador …”; “ha ido a hospedarse” (katalúein); “no hubo para ellos sitio en la posada” (kataluma)…

•  Siguiendo la invitación del Adviento, Zaqueo está en vela y a la espera, en contacto con sus propios deseos: “quería ver a Jesús”.

Puede ayudar: Entrar en contacto con mis deseos, preguntarme qué es lo que verdaderamente deseo en este momento de mi vida...
Puedo ponerle a mi deseo alguno de estos calificativos: intenso/ apagado/ vacilante/ ardiente/ débil/disperso/ distraído/ adormecido/ despierto/ inquieto/ anestesiado/ unificado/...

Recordar la convicción de que “todo deseo que no se estructura en tiempos y espacios, termina por desaparecer” (J.A. García)

•  Como en Isaías 2 que evoca la subida a Sión, Zaqueo vive también una subida: su deseo pone en marcha sus pies y busca una altura que le permita superar su pequeñez.

Puede ayudar: Ponerle nombre a mis árboles, a los medios que me ayudan para ver pasar a Jesús…

•  “Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista…”. Todo el Adviento prepara esa llegada del que viene a nosotros situándose desde abajo y queriendo hospedarse en nuestra casa .

Puede ayudar: Dedicar un tiempo a dejarme mirar por ese Jesús que está abajo, que me llama por mi nombre y me invita a bajar deprisa y a recibirle en mi casa. Acoger las palabras de Pablo: “Dense cuenta del momento en que viven: ya es hora de despertarse del sueño…”
Hay una inmensa desproporción entre el deseo de Zaqueo que “quería ver …” y el de Jesús que quería “quedarse ”.

Acoger la noticia insólita de ese deseo del Señor hacia mí…

•  Como si hubiera escuchado el Salmo: Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor…” Zaqueo pone en marcha sus pies y recibe a Jesús “con alegría”.

Puede ayudar: Preguntarnos a qué concedemos poder para quitarnos la alegría: las dificultades de la misión o de la convivencia, los pequeños fracasos, los límites constatados (por los otros, sobre todo...), las pérdidas de iniciativa o de reconocimiento. Releer esas reacciones a la luz de la extraña promesa e Jesús: “ La alegría que yo les doy no se las puede quitar nadie” (Jn 16,22).

•  En Adviento recordamos que lo propio de Dios es “venir” mientras que lo nuestro es “recibirle”.
Dedicar un rato a “recibir” a cada persona de la comunidad tal como es porque “quien no recibe a sus hermanos a las que ve, no puede recibir a Dios a quien no ve…”

•  “Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres…” Ya lo había avisado Jesús en el texto del Evangelio del Domingo I: el Hijo del Hombre viene “como un ladrón…” Cada nueva llegada del Señor a nuestras vidas tiene consecuencias, nada se queda igual y nuestros “bienes” se ordenan y reorganizan de diferente manera.

Puede ayudar: Hacer recuento de los propios bienes y preguntarnos cómo gestionamos cualidades personales, recursos, capacidades, tiempo… 
  ¿A dónde va a parar “la mitad” que entregamos? 
 ¿Para qué, para quienes o para cuándo guardamos la otra mitad que no        entregamos?          
  ¿Qué nos sentimos llamados a cambiar en este Adviento?

•  “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido …”

Puede ayudar: Celebrar y agradecer lo que hay en mí de “ perdida”, pecadora/r, despistada/do y desorientada/do porque esos son mis mejores méritos para ser buscada/do y salvada/do por Jesús y “ revestida de Él”.

"El Dialogo" -Charla del P. Rossi, en Radio Continental-

Para escuchar, hacer clik en el siguiente enlace:

http://www.continental.com.ar/escucha/archivo_de_audio/las-reflexiones-del-padre-rossi-el-dialogo/20131129/oir/2027573.aspx

martes, 26 de noviembre de 2013

domingo, 24 de noviembre de 2013

Homilía del Papa Francisco, en la Clausura del Año de la Fe


Homilía completa del Santo Padre: (de la crónica radial del evento)

La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.

Dirijo también un saludo cordial y fraternal a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.

Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está al centro. Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en Él, por medio de Él y en vista de Él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio. Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en Él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la Creación, Señor de la reconciliación.

Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Es así, nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, la pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, al centro de nosotros. Ahora está aquí, en la Palabra, y estará aquí, en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.

Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En Él nosotros somos uno: un solo pueblo; unidos a él, participamos de un solo camino, un solo destino. Solamente en Él, en Él como centro, tenemos la identidad como pueblo.

3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre. A Él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.

Mientras todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a tí mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida hasta el final pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar a nuestra historia, a nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros. Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "¡acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino!". Jesús, acuérdate de mí, porque yo tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí, Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, tantas veces. "¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al centro, Tú que estás en tu Reino!"

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor siempre da más de lo que se le pide, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: ¡le pides que se acuerde de tí y te lleva a su Reino! Jesús está precisamente al centro de nuestros deseos de alegría y de salvación. Vayamos todos juntos por este camino.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Reina Jesús “atrayendo”...


Escrito por el P. Diego Fares -sj-

En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.

La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.

Jesús reina sobre los que están en la cruz.

Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.

Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…

Reina Jesús “atrayendo”.

Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.

Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.

Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.

Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.

Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.

Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.

Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.

Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.

Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.

Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.

El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.

Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.

Allí Jesús reina, en este espacio “está en su reino”. Y el Padre nos abraza como al hijo pródigo que regresa.

martes, 19 de noviembre de 2013

La Ternura Salvará al Mundo...crees esto??

Testimonio de Vinicio Riva,  de 53 años, el hombre que recibió uno de los gestos más tiernos de nuestro Papa Francisco...

“El Papa no me ha tenido miedo y me ha abrazado. Mientras me acariciaba, no sentí más que amor”

“Primero le tomé la mano, mientras con la otra mano, me acarició la cabeza y las heridas. Y después me atrajo hacia él, apretándome fuerte y abrazándome la cara. Tenía la cabeza contra su pecho y sus brazos me envolvían. Me apretó fuerte, fuerte, como si me mimara, y ya no se soltó. Intenté hablar, decirle algo, pero no lo logré: la emoción era demasiado fuerte. Eso duró algo más de un minuto, pero me pareció una eternidad”.

“Las manos del Papa son muy tiernas. Tiernas y bellas. Y su sonrisa clara y abierta. Pero lo que más me ha impresionado es que no lo pensó dos veces antes de abrazarme. Yo no soy contagioso pero él no lo sabía. Lo hizo y ahí está: me acarició toda la cara y mientras lo hacía, yo no sentía más que amor”.

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Vinicio Riva, nació en Isola, un pequeño pueblo de la provincia de Vincenza (Italia), vive con su hermana pequeña Morena y con su tía Caterina, su tutora. Como su hermana (de una forma menos severa), sufre la enfermedad de Recklinghausen desde los 15 años de edad. Se trata de una enfermedad rara conocida como “neurofibromatosis de tipo 1”, que provoca dolorosos tumores en todo el cuerpo. Actualmente no hay ningún tratamiento que pueda curar esta enfermedad.

“Los primeros signos se manifestaron después de mis 15 años. Me dijeron que a los 30 años ya estaría muerto. Pero todavía estoy aquí”,declaraba antes de volver de este emocionante encuentro.

Ni qué decir tiene que las personas con neurofibromatosis son a menudo marginadas por su aspecto.“Vinicio, de alguna manera, ha tenido suerte: su tía lo ama profundamente y le abraza todo el día”, explica la periodista.
En los casos más severos, la neurofibromatosis desfigura hasta tal punto, que incluso los médicos mantienen la distancia. “Una vez, en el hospital, estaba a punto de quitarme la ropa cuando entró un médico africano. Me miró y se quedó inmóvil, casi conmocionado”, explica Vinicio. “Un poco más tarde, me vino a ver y me pidió perdón. Me dijo que en África había tenido que enfrentarse a enfermedades terribles, pero que nunca había visto nada tan devastador. Sus palabras me impresionaron mucho”.

En Isola, Vinicio es aceptado por casi todo el mundo. Tiene su grupo de amigos con los que va a comer una pizza o a ver partidos de fútbol. Y corteja a todas las enfermeras, gastando en flores parte de los 130 euros que gana cada mes trabajando en una residencia de ancianos.



sábado, 16 de noviembre de 2013

Mirar lo Mismo, pero con Ojos Nuevos...


Escrito por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.- Bogotá

"Para consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz que piensa que porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues, de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).

Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal, luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba, paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados, puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas, arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos, enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas, trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies, lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajaritos, monedas, cabellos, árboles, frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes, funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres, lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, menta, anís, comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras, vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.

En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero Dios dijo a Samuel: "La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón» (1 Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy:¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...


sábado, 9 de noviembre de 2013

El Dios en el que Creemos es el Dios Amigo de la Vida...

Escrito por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

"La participación del cristiano en la vida de Dios, que es lo que llamamos espiritualidad, hace que la persona entre en la dinámica vital propia de Dios uno y trino. La dinámica que se establece constantemente entre el Padre creador que se revela en la historia; el Hijo de Dios encarnado en la persona de Jesús; y el Espíritu Santo que sigue actuando en medio de nosotros para impulsarnos a construir una comunidad de amor. San Agustín, decía que Dios ha escrito dos libros; el primero y más importante es el libro de la vida, el libro de la historia que comenzó a escribir en los orígenes de los tiempos y que sigue escribiendo hoy con cada uno de nosotros; pero como fuimos incapaces de leer en este libro sus designios, Dios escribió un segundo libro, sacado del primero; este segundo libro es la Biblia; pero la primera Revelación está en la Historia, en la vida, en los acontecimientos de cada día: tanto en la vida personal, como grupal, comunitaria, social, política, etc...

Esta es la razón por la que la primera dimensión de una espiritualidad hoy es mirar la vida. Allí nos encontramos con lo que Dios quiere de nosotros; allí podemos descubrir lo que Dios está tratando de construir. Se trata de percibir la música de Dios, para cantar y bailar a su ritmo, para dejarnos invadir por su fuerza creadora. Es como entrar a un río y percibir hacia dónde va la corriente y dejarnos llevar por ella.

Esto es lo que Jesús quería comunicar cuando los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, le propusieron esa difícil pregunta sobre cuál de los siete hermanos, que estuvieron casados sucesivamente con una mujer, sería su esposo en la resurrección de los muertos... “El Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!”. El Dios en el que creemos, por Jesucristo, es el Dios de la vida, que se revela en los acontecimientos cotidianos que muchas veces despreciamos porque no parecen revelarnos el rostro de Dios. Cuidemos que nuestra espiritualidad no se convierta en una serie de complicadas elucubraciones, que nos distraen de lo verdaderamente importante".


sábado, 2 de noviembre de 2013

Cuando Dios se Invita a Nuestra Casa...

Escrito por   + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm -Arzobispo de Oviedo-

(Lucas 19, 1-10)

Leyendo este Evangelio  tenemos la impresión que Dios pasa lista todos los días mirando el elenco que con nuestros nombres tiene tatuado en la palma de su mano. Nuestra vida realmente le importa, y todo lo que hace y propone no tiene otro objeto que nuestro regreso al hogar suyo, nuestra salvación.

Por ese motivo es un Evangelio que nos llena de una serena esperanza. Jesús no ha venido para el regalo fácil, para el aplauso halagador y la alabanza barata de los que están en el recinto seguro, sino más bien “ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Aquella sociedad judía había hecho una clasificación cerrada de los que valían y de los que no. Jesús romperá ese elenco maldito, ante el escándalo de los hipócritas, y será frecuente verle tratar con los que estaban condenados a toda marginación: enfermos, extranjeros, prostitutas y publicanos. Era la gente que por estar perdida, Él había venido precisamente a buscar. Concretamente Zaqueo, tenía en su contra que era rico y jefe de publicanos, con una profesión que le hacía odioso ante el pueblo y con una riqueza de dudosa adquisición.

Jesús como Pastor bueno que busca una oveja perdida, o una dracma extraviada, buscará también a este Zaqueo, y le llamará por su nombre para hospedarse en su casa: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Lucas emplea en su evangelio más veces este adverbio, hoy: cuando comienza su ministerio público (“hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” –Lc 4,16-22–), y cuando esté con el buen ladrón, en el calvario (“te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” ­-Lc 23,43­-).

El odio hacia Zaqueo, el señalamiento que murmura, condena y envidia... no sirvieron para transformar a este hombre tan bajito como ventajero. Bastó una mirada distinta en su vida, fue suficiente que alguien le llamase por su nombre con amor, y entrase en su casa sin intereses lucrativos, para que este hombre cambiase, para que volviese a empezar arreglando sus necedades.

La oscuridad no se aclara denunciando su tenebrosidad, sino poniendo un poco de luz. Es lo que hizo Jesús en esa casa y en esa vida. Y Zaqueo comprendió, pudo ver su error, su mentira y su injusticia, a la luz de esa Presencia diferente. La luz misericordiosa de Jesús, provocó en Zaqueo el cambio que no habían podido obtener los odios y acusaciones sobre este hombre. Fue su hoy, su tiempo de salvación.

¿Podremos hacer escuchar en nuestro mundo esa voz de Alguien que nos llama por nuestro nombre, sin usarnos ni manipularnos, sin echarnos más tierra encima, sin señalar inútilmente todas las zonas oscuras de nuestra sociedad y de nuestras vidas personales, sino sencillamente poniendo luz en ellas? Quiera el Señor visitar también hoy la casa de este mundo y de esta humanidad. Será el milagro de volver a empezar para quienes le acojamos, como Zaqueo, cuando Dios se convide a entrar en nuestra casa para que podamos volver a su hogar.
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Les dejo esta canción para terminar este rato de oración.

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